Y eso ocurrió hace ya años, cuando el portarrollos del papel de limpiarse el culo se rompió y, muy zorro yo, pensé que el radiador podría realizar la función de soporte.
Algo que cambió drásticamente mi vida e hizo mi cagar más feliz y estimulante.
Aquel día de invierno tomé el rollo de papel calentito del radiador para cortar cinco metros, que es el grueso que aleja con seguridad mis dedos del culo. Con indiferencia, sin ninguna alegría o esperanza en mi rostro viejo y cansado.
Al limpiarme el culo grité sorprendido y un poco asustado. Me levanté del cagadero con los huevos agitados, escudriñando cada rincón de la taza.
Sentí que algo cálido me había acariciado.
Me despegué el trozo de papel enganchado en el culo y estaba caliente como un ser vivo…
Y decidí en una epifanía, que no compraría o usaría jamás de nuevo un portarrollos.
Hoy día, incluso en verano, antes de ir a cagar enciendo la calefacción para que el papel se caliente y así disfrutar la sensación de ser querido y cuidado por un ángel o cualquier otro ser extraterrenal.
Una experiencia cuasi mística.
A veces me siento tentado de limpiarme sin ser necesario e intento entrar en el cuarto de baño con ansiedad dos o tres veces al día; pero me impongo disciplina, soy de naturaleza obscena y debo controlarme porque es un sinvivir.
Así que espero pacientemente que sean los intestinos los que dicten la hora de la ternura. Y como lleva su tiempo, que se caliente el papel, me siento siempre con un ejemplar de Crimen y castigo, que es un libro muy gordo y que nunca se acaba para dar tiempo a que la temperatura del papel sea la ideal.
Los grandes descubrimientos suelen ser siempre un azar o un accidente.
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