Solo era necesario un día de agosto nublado con un viento refrescante para exfoliarme la piel de las pringosas y viscosas excrecencias del calor y su mediocridad, dejándomela tan áspera como era habitual en mí. Mi piel es como la del jabalí, no necesita más cuidados que unas garrapatas y pulgas.
Paso de las babosadas de los idiotas (están muy lejos de tener las cacareadas propiedades de la baba de caracol) que te pringan y luego se queda la piel asquerosa, con costras que te has de arrancar con un cuchillo.
Se está tan bien, que malditas las ganas de regresar a casa. Incluso he hablado de banalidades con una vaca antipática para retrasar la vuelta.
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