Cada rincón de la montaña guarda unos recuerdos.
Es un paseo por la serena y cálida nostalgia.
Al fin tienen un lugar donde descansar mis momentos pasados.
Está bien...
No tenía donde guardar los secretos a la luz.
Se estaban enmoheciendo, se descomponían junto con mi vida. Necesitaban aire, sol, lluvia, hielo...
Ahora están a salvo todos los que vivimos, morimos y sentimos.
Cada rincón da cobijo a un pasado y tiene sus propios aromas, sus colores que identifican los ojos un poco cansados ya.
Hay rincones de la vida y la alegría, del sexo y el placer, del dolor y la muerte, del cariño y la ternura.
La risa y el llanto... Maldita paranoia hermosa...
Tanta tragedia, tanta comedia. Es una obra magna, no debía morir conmigo.
Observaba en tiempos oscuros, desde tristes ventanas las lejanas montañas; sin saber porque mi piel quería desprenderse hacia ellas. Era la tristeza de su lejanía, de la imposibilidad.
No sabía que debía salvar lo vivido, vaciar mi carga y dejar sitio a más vida, a más pasado.
Me horrorizan los ancianos que mueren en sus pasados, que cierran los ojos con melancolía a lo que fueron.
Yo quiero morir en el presente, viviendo cosas nuevas, creando nuevos recuerdos. Continuamente....
Hasta que llegue la Gran Noche de la Luna Nueva Eterna y se mantenga para siempre en mi horizonte.
Tengo un archivo de nostalgias que miro subiendo y bajando montañas. Y de vez en cuando, arranco una hoja para olerla y acariciarla.
Luego, se deshace dulcemente como una muerte buena entre mis dedos.
Soy un presente acariciando el pasado, confortado por el rumor y la sombra de sus hojas pequeñas y hermosas.
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