lunes, 19 de enero de 2015

Té chai

Nunca me traen la cucharilla con el té chai, y se queda allá abajo la cremosa espuma, triste como un pez boqueando en la playa, asfixiándose irónicamente por demasiado aire.
Y claro, yo no me acuerdo de pedirla porque o estoy fumando o estoy  escribiendo.
O pienso en cosas lejanas, posibilidades, improbabilidades, viajes y una mujer cautivadora. Tengo trabajo intelectual que realizar aunque no  lo parezca.
Por otro lado es de agradecer esa tenacidad en no servir una cucharilla, porque las servilletas son muy pequeñas para limpiar el cremoso bigote que dejaría la espuma.
Y la verdad, ya soy mayor como para limpiarme con la manga de la camisa. Mi físico es demasiado llamativo como para añadir más decorado.
Pero lo peor, es que dejo propina de forma inconsciente, por rito. Y así, fomento la tristeza que da una espuma blanca y abandonada en el fondo de una taza.
No sé, tal vez están creando al psicópata perfecto.
He de recordar no consumir té chai, debe tener algún principio activo que azota lo surreal.

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