Estoy escuchando La Marcha Turca interpretada por la Orquesta Municipal de Puebla, suena muy bien, me gusta. La escucho fumando a la fría sombra de un árbol. Siempre busco más frío, como si pudiera almacenarlo para combatir el sol cuando hiere.
Apenas hay gente.
Acaba la Marcha Turca y comienzan a interpretar El valls de las olas. Cuatro personas se colocan muy pegados a mí, como si no hubiera todo el espacio del mundo en el puto zócalo. Los observo: son unos rurales que ríen como idiotas.
Me separo de ellos. A los pocos segundos se acerca uno de ellos, tanto que mi cigarro se apaga en los bajos de su abrigo de nailon.
Me mira con una sonrisa de dientes podridos y barba descuidada; es un deficiente mental.
Me hubiera gustado acabar de oír la el valls; pero me largo de allí.
¿Es que no puedo pasar un rato tranquilo?
¿Por qué tengo este imán que hace que siempre se me acerquen los retrasados mentales? ¿Acaso buscan sorber parte de mi inteligencia? ¿Vampirizarme?
Abro el portón para acceder a mi casa y el tonto del barrio me saluda mirando en dirección contraria, sé que me saluda a mí porque no hay nadie más en la calle a quien saludar.
Hay que joderse con esta suerte.
Los molletes con chorizo, apenas tenían chorizo. Frijoles a patadas, eso sí.
¿Cuándo bajará el precio del tabaco?
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