miércoles, 3 de marzo de 2021

Música y perreo como ritual sexual


Siempre me ha intrigado esa manía, ese deseo desaforado de la especie humana por cantar y bailar.

No creo que haya arte en estas cosas, salvo para algunos y raros genios de tales aficiones. Quiero decir que de modo general se puede decir que cantar y bailar no es una disciplina humanística. Es simplemente instinto. Un largo, aburrido y alcohólico ritual de apareamiento. Salvo en los cantantes y bailarines que cobran una pasta por sus espectáculos, no he visto a nadie que no estuviera borracho cantando y bailando.

Yo no tengo paciencia para tantos preámbulos, me gusta más follar con naturalidad, sin histerias, prejuicios, sobrio y con esposas.

Cuando una tipa le hace un perreo a su macho bailongo, a mi acertada y verdadera forma de ver, pierde un tiempo precioso que podría emplear en hacerle una buena mamada. Porque tras tanto perreo y bailoteo, las mamadas no son tan intensas: las chicas están cansadas y a menudo deben dejar el trabajo para tomar aire. Y dan ganas de “Insert coin” en la oreja tres o cuatro veces para que reanude el ritmo.

Y conste que me gusta la música, pago cada mes rigurosamente mi espotifai para asegurarme de que no aparecerá ni una sola canción reguetonera en mis listas de reproducción. Me preocupa mucho que por un error pudiera sonar alguna de esas deplorables canciones.

Pareciera que por lo aquí expuesto, en las cuestiones del follar pudiera parecer de carácter cerebral, incluso intelectual.

Que nadie se fíe, soy muy sucio. Soy más del chapoteo obsceno, jadeo, insulto y esas lógicas blasfemias al correrme que, de la danza y la musicalidad.

Y no me puedo quejar, afortunadamente hasta la fecha, no he tenido que hacer el ridículo durante horas para follar o hacer madre a una maciza (carita sonriente ruborizada).

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