No sé porque será; pero desde marzo del año pasado, cada vez que veo un madero siento la acuciante necesidad de partirlo en trozos y echarlo a la chimenea, haga frío o no.
Incluso hacerlo arder entero a un millón de grados centígrados o Celsius. Hasta tal punto llega mi avidez.
Debe tratarse de uno de esos síntomas tan graves del coronavirus o su prima lacovid.
A lo mejor soy de alma pagana dada a sacrificios incontenibles y cruentos, como los aztecas y su canibalismo.
O simplemente, es una consecuencia lógica del odio.
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