Cuando se incorporó de la cama, de su coño cayeron cuarenta monedas de un centavo entre restos de semen.
Los metió en su monedero, se puso el tanga con la etiqueta por fuera y se chupó los dedos.
En el coche, conduciendo hacia el trabajo se sentía inquieta. Levantó una de sus caídas nalgas y en el asiento había otra moneda mojada. La limpió con la boca y pensó que tenía que tatuarse en el vientre que solo acepta billetes. Eso sí, con un diseño original y delicado.
Y se tatuó un cerdito alcancía en su enorme y notorio monte de Venus para aprovechar la raja.
Se fotografió el coño, lo publicó y se sintió amada por todos, dichosa.
Pero el coño le picaba cosa mala, y se lamentó de que nada le salía bien. Así que lo publicó.
El coño le siguió picando pero se reía... Y al cabo de un rato, dejó de rascárselo.
Las redes sociales son antibióticos baratos para seres baratos.
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