Acabas sintiendo repugnancia por lo que creíste amar. Y aparecen seres que no conocías a los que tienes que acabar amando.
Y el asco que sientes por aquello que se convirtió en miseria y suciedad, se torna rápidamente en indiferencia. Sientes que no es necesario partir, que duele marchar por esos seres que han marcado tu vida y han combatido la repugnancia.
El tiempo que uno creía haber perdido, simplemente se convierte en una anécdota. Y ríes.
Para conocer esos seres se requiere fuerza y determinación. Aquello que ya no está de moda entre la moral de los mediocres: nobleza. Mantener un ideal de ética y amor, aunque duela.
No es una reflexión edificante, es un canto a la experiencia. Algo inusual en estos tiempos, en este planeta.
Es algo serio y grave como la bala que sale del cañón de un fusil.
Porque nadie sin inquietudes, sueños y determinación puede transmutar la repugnancia en un cúmulo de seres a los que amar y recordar siempre. Es algo que te ganas a pulso.
Hay una gran dosis de vanidad en estas palabras, tanta como esfuerzo, tiempo y voluntad nos cuesta cumplir con los sueños que perseguimos.
Nos merecemos la mirada franca y cansada de ceño fruncido que el espejo nos devuelve a las mañanas.
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