lunes, 1 de diciembre de 2014

Te veré en la eternidad

"Te veré en la eternidad", reza el amigo de Máximo, cuando entierra las figuras votivas tras su muerte (película Gladiador, 2000).
Cuando murió mi padre me forcé a imaginar que era así, que nos encontraríamos. Y treinta y tres años después, al morir mi madre, mantuve vivo el mismo deseo y le dije en la noche: "Pronto nos encontraremos".
Es hermoso crear esas ilusiones que albergan una muerte dulce, una nueva vida más dichosa, con quien amamos. Y retomar así lo que la muerte interrumpió.
Es una ironía... Una cruel ironía esperar la muerte para encontrar lo que amamos. Como si estuviera prohibido amar en la vida por mucho tiempo.
Y entonces concluyo con madurez: tras toda esa alegoría que no creo, soy hay un deseo verdadero; la vida cansa, el dolor de los muertos amados es una constante y las frustraciones no tienen fin.
Y así, sin que la muerte lleve a ninguna eternidad, se constituye en la salida de emergencia a todo ese pesar.
Sin romanticismos, sin falsas ilusiones, con valentía: la muerte es el sosiego por fin.
 Y te conformas solo con dejar de respirar, aunque no haya nadie después de último latido.
La verdad rotunda en sí misma, es la serenidad que buscamos.
"Hay un sueño llamado Roma", dice Máximo.
Hay una paz anunciada en la muerte, dice Iconoclasta.
Cómo duele a veces ser escritor...

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