"Te veré en la eternidad", reza el
amigo de Máximo, cuando entierra las figuras votivas tras su muerte (película
Gladiador, 2000).
Cuando murió mi padre me forcé a imaginar que
era así, que nos encontraríamos. Y treinta y tres años después, al morir mi madre,
mantuve vivo el mismo deseo y le dije en la noche: "Pronto nos
encontraremos".
Es hermoso crear esas ilusiones que albergan
una muerte dulce, una nueva vida más dichosa, con quien amamos. Y retomar así
lo que la muerte interrumpió.
Es una ironía... Una cruel ironía esperar la
muerte para encontrar lo que amamos. Como si estuviera prohibido amar en la
vida por mucho tiempo.
Y entonces concluyo con madurez: tras toda esa
alegoría que no creo, soy hay un deseo verdadero; la vida cansa, el dolor de
los muertos amados es una constante y las frustraciones no tienen fin.
Y así, sin que la muerte lleve a ninguna
eternidad, se constituye en la salida de emergencia a todo ese pesar.
Sin romanticismos, sin falsas ilusiones, con
valentía: la muerte es el sosiego por fin.
Y te
conformas solo con dejar de respirar, aunque no haya nadie después de último
latido.
La verdad rotunda en sí misma, es la serenidad
que buscamos.
"Hay un sueño llamado Roma", dice
Máximo.
Hay una paz anunciada en la muerte, dice
Iconoclasta.
Cómo duele a veces ser escritor...
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