Y a través de la ventana que un desierto ha abierto como espejismo; unos dedos tiemblan al llevar el cigarrillo a los labios, esos dedos rudos y cortados se crispan en el cristal mojado al otro lado. Y los ojos observan con gravedad, sin pestañear, el trémulo dormitar de las suaves rutas de besos que son esos hombros tan solitarios como él mismo.
El espejismo, abruptamente, se acaba.
Solo queda el eco de una blasfemia entre las dunas y unos dedos inmóviles crispados en la nada.
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