jueves, 1 de octubre de 2020

La chica de los patines


Baja veloz por el irregular camino que corre entre prados, montañas y bosques, como si fuera fácil.

A veces extiende los brazos como alas y me pregunto si despegará.

Y no sé si sonríe por su habilidad, por el goce del aire fresco que la hace más bella si cabe, o simplemente por la música que escucha.

Tal vez, sin más, se sienta preciosa en el planeta y todo lo demás es accesorio.

Me fascina que siempre patina o camina deliciosamente sola, no precisa a nadie a su lado para ser una con el mundo.

Y sola se sienta en un banco más allá del mío para descansar con una sonrisa latente en el rostro.

Si no fuera tan viejo, diría que la amo. Solo puedo decir que la admiro cauta y secretamente.

Porque en el aspecto de la libertad y la independencia, de la maravillosa soledad; somos iguales.

Es importante encontrar seres así de extraños en la vida, aunque no sepas nada más de ellos. Incluso es preferible no saber nada para que no pueda dañarse la bonita percepción de su soledad.

En un mundo pletórico de convenientes compañías la chica de los patines es un trallazo, una veloz estela de libertad entre montañas.

Lo cierto es que si fuera joven tampoco me atrevería a amarla, se dice que la miel no está hecha para la boca del asno.

Estoy de acuerdo con la vieja expresión, excepto en la miel, que no me gusta.

Soy carnívoro.

Y ella es deliciosamente carnal. Una carne que en efecto, no está hecha para la boca del burro viejo.

No me preocupa, ya he amado demasiado.


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