domingo, 4 de octubre de 2020

Del autocontrol y la meditación


En el budismo hay esa falta de entusiasmo que no puedo asumir. Pretende ser todo muy medido y reflexionado. Mal carácter el mío para semejante control.

No quiero ni puedo controlar mis emociones.

No hay en mis días tiempo para meditar, y para mayor inri, escribir es volcar todas las emociones posibles.

Me he dedicado a cultivar los reflejos y la rapidez del pensamiento, aceptando el alto grado de errores que ello conlleva.

Sé que es más elegante y eficaz la disciplina budista; pero al igual que para cantar se precisa una buena voz, para el control de las emociones se precisa un cerebro especial y, otra vez, demasiado tiempo.

Si he de reír o llorar en el momento adecuado, que así sea.

Quiero los grandes contrastes, arrancárselos a puñetazos a la vida.

Y no pretendo el saber ni ser comprensivo con mis semejantes, es como correr tras el viento.

Adoro mi naturaleza animal que va de la agresividad a la compasión, del amor al odio, del grito al silencio, del conocimiento a la irracionalidad.

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