miércoles, 30 de septiembre de 2020

La exclusividad que da el coronavirus


Este tiempo de coronavirus, después de todo, lo disfruto como una moda de ropa que me sienta bien. Me da buen rollo hacia mí mismo.

Yo no soy de llevar mascarilla, soy absolutamente inmune a la cobardía global; y cuando me cruzo ante alguien que lleva mascarilla no en el hocico, si no colgada de una oreja o de la mano como un bolsito maricón; se apresura a cubrirse la jeta con esa mezquindad y mediocridad tan propia del miedo y la castración mental.

Y es en ese glorioso momento, en el que me elevo por encima de ese espécimen (sea joven, adulto o viejo) como un ser superior al que temer. Muy por encima del que se ha colocado el bozal con tanta urgencia.

En definitiva, me siento dominante, territorial y para mayor inri, muy guapo.

Es la misma sensación que da llevar una buena ropa, un buen calzado y un reloj de siete mil euros.

Y porque no me dejan, que si no también entraría a comprar tabaco tosiendo y escupiendo al suelo.

¿Veis? Alguna cosa buena debía tener este asunto de los bozales anti-coronavirus (que no sirven para nada; pero calma la ansiedad de los mediocres).

En definitiva, me siento tan poderoso como aquel puñado de conquistadores que portaban el virus de la gripe; ese grupo de amiguetes que se hicieron con todo un continente lanzando un par de escupitajos mientras se rascaban el culo contagiando a las macizas indígenas con buenas tetas aún.

Yo y los indígenas…

Precioso.

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