martes, 22 de septiembre de 2020

Aún sueño horrores y sexo brutal


No hay nada sencillo en vivir: hay que encontrar comida, refugio, sombra, calor, agua.

Luz contra las bestias…

Eso es vivir.

Ocupar espacio en una sociedad o granja humana, no es vivir.

No es vivir esperar la galleta como premio a cambio de obediencia y aceptación. A cambio de evitar cualquier esfuerzo.

Vivir en sociedad es esclavitud, dependencia y ganadería.

Es por eso por lo que algunos humanos, los que sienten con angustia que sus vidas son una mierda, se frustran. Se encolerizan, se deprimen y lo odian todo como pauta de vida.

Es supervivencia a la indignidad de la decadente ganadería humana.

Los que disfrutan, los integrados en la pútrida sociedad artificiosa y estabulada, están mentalmente castrados; ya no tienen solución y sus muertes serían beneficiosas para el bien de la especie humana.

Quien vota a su político y cree que de verdad aporta algo o más aún, que su voto se tiene en cuenta; está definitivamente acabado. Requiere ser sacrificado porque no queda nada en ese espécimen de lo que la especie humana pueda sentirse orgullosa.

Sueño cada día con horrores que aún pulsan en la oscuridad cuando abro los ojos, con un sexo brutal, primitivo y cruel que me lleva a masturbarme compulsivamente al despertar.

Con tal hostilidad hacia el momento y lugar en el que despierto, que me lleva a morder con rabia el cigarrillo, el primero tras la paja al despertar.

A nadie le debería sorprender las masacres que habitualmente se llevan a cabo en el planeta por individuos solitarios en colegios, lugares públicos o templos.

Cuando hay muertos, suelo bostezar. No es por maldad, es simple indiferencia.

Y a la mañana siguiente, con la fuerza de mis sueños, me masturbaré sin ningún pudor de nuevo.


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