Seamos realistas, el abuso, acoso y la supresión de la más mínima y elemental libertad requieren un nivel de violencia basado en la lesión grave y muerte.
Ante una prisión indiscriminada solo cabe una respuesta: una violencia iracunda y sangrienta.
Nadie ha ganado jamás la libertad perdida obedeciendo y sonriendo a su amo.
La libertad requiere siempre, y así ha sido en toda época, una violencia salvaje.
Cuanto más tarde estalle la violencia, más cruel será; porque nada la evitará.
Quemar basura o romper vidrios es como que te pique el coño o los cojones y te peines. Así de ineficaz e improductivo.
Deberían silbar certeras balas a la cabeza cuando el fascismo del coronavirus pide y ordena prisión y toques de queda marciales para la ciudadanía. Los caudillos y sus caciques son los enemigos mortales, no un virus o una gripe de mierda.
El coronavirus se cura con aspirinas y la libertad se restituye chorreando sangre.
Antes los libros de historia explicaban estas cosas; antes de que el germen del nuevo y normal fascismo empezara a minar y corromper la historia, la cultura, el arte y la educación para crear generaciones de cobardes o cabestros a los que someter mientras aplauden complacidos a sus tiranos.
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