No entiendo, no puedo comprender como hay humanos que se sienten desamparados ante los grandes espacios. Como si tuvieran miedo al mismo cielo, a las llanuras y a las montañas.
Siempre he buscado los grandes espacios.
Los humanos llegan para pasar unas horas en libertad; pero después de un tiempo se agobian, deben retornar a sus cuatro paredes, bien cobijados.
Somos muy pocos los solitarios que cierran los ojos ante los grandes espacios y dejan que el frío viento de paz a un pensamiento ardiente.
Cuando me encuentro en espacios abiertos, es un pesar volver a la casa.
Soy muy primitivo, o he vivido demasiado tiempo en las granjas humanas, en las ciudades. Y en contra de lo establecido, en contra de todos esos afectos por el lugar donde siempre se ha vivido, he desarrollado una alergia emocional a los límites.
Mear en la tierra, los labios cortados por el frío, el calor agotador de una caminata...
No, no he nacido en el tiempo adecuado.
Ni en el lugar.