lunes, 17 de septiembre de 2018

Las tres fases de un día Iconoclasta


Primera fase: bien de mañana, al despertar cualquier cosa que veo en las noticias o en la calle me altera, me cabrea; me ofende la idiotez nuestra de cada día como el mejor de los panes rezados al padre suyo. Me transformo en El Grito de Munch (más bello) y grito absolutamente descontrolado lindezas tales como: subnormales, puercos, asquerosos, tarados, hijos de puta e hijas de puta.
Segunda fase: ya más tranquilo me depuro la nariz y sus miserias con absoluta concentración y total indiferencia hacia la raza humana y sus alegrías y dolores. Me las van a pagar.
Tercera fase: mi poderoso cerebro y portento de vanidad justificada, ha sintetizado y descifrado las frecuencias misantrópicas y codificado en sabias e hirientes palabras, la suerte está echada. Escribo lo peor, de la peor manera. Después, con un buen cigarro colgado de mis sensuales labios, miraré al horizonte con mirada épica y provocaré las más rotundas humedades en las entrepiernas femeninas; accidental y desgraciadamente en algunas masculinas también; hay cosas que se escapan a mi control aunque nadie lo crea posible dadas mis aptitudes cerebrales.

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