Como dos amigos viejos de piel gastada que asisten silenciosos e impertérritos al espectáculo de la vida. Sin nada que decirse, porque al fin y al cabo, ya nada sorprende y todo se cumple con la certeza que da haber vivido demasiado.
Y está bien, que la vida pase ante mí y no ser parte de ella.
Demasiada vida, demasiada sabiduría que no aporta alegría.
La muerte se infravalora en demasiadas ocasiones.
Ser un banco vacío y ajeno a todo...
Es cautivador.
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