Pienso en la piel pálida, la piel sensible que sus braguitas azules de elástico rojo descubren al bajar provocadoramente en un alarde de lujuria impudorosa.
Y tengo sed.
Sueño lamer ese monte de Venus y las ingles. Íntimas ingles que se tensan como cables que desean ser acariciados. Tocar la blanca piel sabiendo que es lo necesariamente sensible para que sus muslos se separen temblorosos y su coño se abra como una flor a mi lengua.
Rozarlo hasta que sus puños se cierren de impaciencia para que bese los labios mudos, los que en lugar de lengua tienen un clítoris duro y palpitante.
No puedo hacer más que aferrarme a mi pene y sentir la velocidad, el vértigo del pornógrafo deseo. Soy una bestia encelada y mis cojones revientan de hijos que no nacerán jamás.
Porque cuando imagino sus piernas separadas, no recuerdo si la amo, solo quiero follarla. Follarla hasta que le duela, como me duele el rabo entumecido y colapsado de sangre.
Luego la amaré con paranoia.
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