La violencia de las películas coreanas es
épica. Desmesuradamente romántica.
La sangre mana como el sudor y parece no
acabar nunca, las armas de fuego son
espadas mágicas que parecen rellenarse de balas divinas salidas de algún buda bonachón.
Mola, me gusta. Y algo de fantasía no puede
hacer daño, ya que las películas históricas y las que se basan en hechos
reales, son decepcionantemente mediocres y previsibles. Sobre todo porque
además, tiene una gran calidad comparadas con el cine de otros países como
España, México, Francia y las películas de videoclub norteamericanas.
Los hay estúpidos que ven este tipo de cine
como si fuera la gran puta enseñanza de su vida. Creen que la realidad es más o
menos parecida, porque además de idiotas su nivel cultural es el de un marrano.
Y así, cuando se ganan un balazo y se desangran dolorosa e irremisiblemente, se
mueren pensando en que algo ha fallado.
En los países dados a los tiroteos, ocurre a
menudo con la juventud cuyos padres son unos tarados por cosas de copular con hermanas y primas. De ahí que se maten con tanta
frecuencia e incluso se descuarticen alegremente.
Adoro la bala artística que masacra con elegancia.
Buen sexo.
Iconoclasta