domingo, 22 de marzo de 2015

Viajes

Qué extraño y estresante es cambiar de continente. Cambia la luz y los olores, el sentido de la orientación, el agua y la comida.
Pareciera que nacemos en un lugar y para ese lugar, porque cuerpo y mente reaccionan con extrañeza.
No les hago caso.
Me dejo llevar por la mirada asombrada, atenta.
Es curioso como se intuye a los humanos en cualquier parte del mundo. Buena gente y cretinos son  los mismos en todos los lugares, con las mismas afecciones.
No hay sorpresas con la gente como las hay con los paisajes y la arquitectura.
Solo hay pequeño matices que a menudo pasan desapercibidos; en unos lugares son amables y en otros desconfían con menos diplomacia.
Un viajero siempre crea recelo, porque alardea de libertad con solo su presencia.
Solo una tarjeta de débito o crédito aceptada, es capaz de vencer el recelo.
La envidia es la más universal cualidad que existe.
Como morir... Los cadáveres pierden el calor de  la vida con misma rapidez en cualquier trópico o meridiano.
Muerte y envidia...
No me gusta la envidia.
Me gusta la mañana fría y silenciosa como la cálida que te despiertas con trinos de pájaros impacientes.
Disfruto lo frío y lo cálido; mi lugar es el planeta, yo no pacté fronteras al nacer. La mierda ya estaba hecha.
Sentirse orgulloso de ser de una ciudad o país, es lo mismo que sentir apego por una prisión.
Allá cada cual con su respeto por las delimitaciones de los mapas. Yo solo las aprendí para dar gusto a padres y profesores, jamás me las creí.
Lo real, lo que abunda y riega los suelos es la envidia y la muerte. El resto  son diplomacias más o menos elaboradas.
Las mañanas son siempre hermosas porque no existe quien las amargue.
 Y los entierros... Siempre se llora con la misma teatral intensidad independientemente de la calidad humana del occiso. No se llora a los muertos estadísticamente hablando, se llora la proximidad de la muerte.
Aunque no hace falta viajar para saberlo.

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