—¡Life... oh life... oooh liiiiiiife...!
Cantaba flojito intentando imitar la voz de la cantante que sonaba en la radio. Y todo estaba bien, el cantaba a la vida, como debía ser y yo conducía el coche hacia la playa.
Luego pensé en la muerte, a la que nadie canta tiernas canciones, y me alegré de que no sonara algo parecido a eso. Era algo demasiado lejano para él; era inmune a esas cosas.
Algo inconcebible en mi mente por muchos años que pasen para él.
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