Por un lado representa un gasto importante en carpintería, ya sabéis: marcos abollados, puertas agujereadas porque mi mano no llega a las manetas para abrirlas al caminar desnudo y empalmado por la casa.
Por otro lado, está la satisfacción de saber que son innecesarios los toalleros y el orgullo de tener "todo eso" ahí abajo.
Pero luego aparece el cretino Mr. Jeckyll: su cortesía, educación, cultura y sofisticación.
Es cuando la medida del pene ya no es sexual. Es la otra: la ridícula.
Me deprime ser Mr. Jeckyll por muy listo que sea.
Yo quiero ser un toallero a tiempo completo, me encanta Mr. Hyde.
Ahora, en este momento, me niego a mirar al suelo porque no hay nada en el horizonte.
Es un asco ser inteligente.
Sería maravilloso no ser esquizofrénico y ser siempre Mr. Hyde.
¡Pst, pst, pst... Vamos, chico, arriba! ¡Vayamos a cometer unas violaciones y descuartizamientos! ¡Jeckyll, vete a la mierda con la medida ridícula!
Menos mal... Definitivamente, tiré el dinero al comprar toalleros.
¿O se escribe tohayeros?
A veces soy casi feliz.
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