lunes, 16 de febrero de 2015

El fracaso ajeno

No es bueno, no es ético.
No es bonito.
Huir, esconderse del dolor o el esfuerzo y recostarse en el ajeno.
Es la conducta insana. Mirar de reojo las lágrimas ajenas, para obtener un consuelo mísero.
Cuando hay seres en peor situaciones que nosotros, nos consuela. Y caminamos bien erguidos y ufanos. Sus penurias son nuestra superioridad.
Desde los inicios de las sociedades sedentarias y urbanizadas, el ser humano ha conseguido alcanzar la más alta perfección en la miseria y la envidia.
Desde los tiempos en el que hombres y mujeres despertaban a la conciencia de que no era ya necesario esforzarse en sobrevivir, idearon la ley del mínimo esfuerzo propio y máximo esfuerzo ajeno en todas las actividades: trabajar, crear, educar... Bastaba que otros fracasaran o sufrieran para sentirse confortados.
Esos inicios de la sociedad competitiva y alejada del pánico de la noche, la intemperie y la caza, dio lugar a lo que respiramos hoy: esta basura de gobiernos confabulados que pretenden hacer a todos igual de pobres, igual de ignorantes, igual de cobardes, igual de iguales.
Anular al individuo y su capacidad creadora, que no despunte para que los que están en el poder no se sientan amenazados por intelectos superiores. Todas las actividades se han de hacer en equipo, en comunidad, para que nadie pueda asumir el papel de creador o innovador. Lo enseñan en las escuelas como una machacona doctrina.
Es una competición de arribistas.
Y así, de la misma forma que se busca el fracaso ajeno por satisfacción personal o arribismo, se busca el dolor ajeno.
Los mediocres no quieren curarse, buscan el consuelo en un dolor ajeno superior al suyo. Es la forma fácil de sacarse el miedo de encima, de pensar que vivirán más que otros más enfermos.
La soledad es el único refugio a las huestes envidiosas que buscan nuestro fracaso y dolor para solapar su estulticia.
Y la distancia. Habría que poner miles de kilómetros entres ellos y yo.
Y ése es mi fracaso: no hay suficientes kilómetros para alejarse de ellos.
Ni suficiente vida para recorrerlos.

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