Somos dos enamorados extraños entre si a los que les arde el corazón y la piel con las reminiscencias de tiempos anteriores.
Bastaron las precisas palabras y las tristezas claves para reconocernos.
Y explotó un amor rotundo convirtiendo la vida en una dramática carrera cronometrada por un ansia milenaria por el encuentro y el agotamiento de insondables distancias espacio-temporales.
Extraños que se sonríen con ojos tristes, con esperanzas casi erosionadas por áridos años. Que se estremecen al pensarse entre los brazos amados.
Si muero en la carrera, mi vida, lanza una promesa de amor eterno al viento, déjame un rastro de ti para buscarte y reconocerte de nuevo.
Tal vez seas mi vecina (me lo dijiste con una sonrisa de arrebatadora sensualidad) la próxima vez y la vida nos regale largos años unidos. Sonríe, mi amor, como tu me hiciste reír con tu ocurrencia.
Que la muerte pueda con mi vida; pero no con este amor.
Si no muero, solo dime: Ya está, mi amor, descansemos.
Y si vierto seis lágrimas, recógelas con tus dedos, con tus manos; que no caigan porque son tuyas.
Es amor fósil viejo como la Tierra, las he llevado conmigo como testigos de mi tristeza de años buscándote.
Somos nosotros en todos los tiempos y su fin es evaporarse en la calidez de tu piel.
Eres mi vida y mi universo, solo en tus manos las derramaré, como toda tú serás envuelta en mis brazos.
Alea jacta est, mi amor.