jueves, 1 de noviembre de 2018

No es día de muertos, es de vivos


Y es que los muertos siempre están callados.
No tienen nada que decir.
No tienen cuerdas vocales, ni lengua, ni labios. Ni siquiera un pequeño cerebro. Y si tuvieran algo de ello, estaría podrido o descompuesto.
Alucinados y esquizofrénicos creen oírlos. E ignorantes y supersticiosos (o las dos cosas a la vez que es muy frecuente), también.
Quieren creer que los oyen y que pueden manifestarse los muertos por un miedo atroz a morir y ser nada.
Ya sabéis: cuando veas las barbas de tu vecino…
No os importa lo que haga el puto vecino, coño.
A la muerte (y a los muertos) cuanto más se celebra, más cobardía hay.
Y cuando más cerca ocurre, más pánico les entra a los familiares del cadáver.
Realmente no se celebra el día de muertos y su recuerdo. Se celebra para engañar el miedo a acabar como ellos.
El miedo a que la muerte es realmente el fin de todo. Sin otra vida, otra energía, otro lugar o dimensión.
Yo he conocido unos cuantos muertos, lo sé absolutamente todo de la muerte.
Y es tan poca cosa la muerte, que es un acto de pedantería provinciana jactarse de ese conocimiento. Como si alguien afirmara con gravedad que una ballena es grande.
No… La muerte no tiene secreto alguno, es lo más simple del mundo. Es el acabose simplemente.
De lo contrario no cabríamos todos en el planeta. Y morir no tendría gracia ni utilidad alguna.
Feliz día de vivos cobardes.
Resurrección… No mames, que diría un mexicano.

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