Las nueve horas de la noche pasan más lentas
que las quince del día. Aún así prefiero la noche en vela. La oscuridad hace
difusa y cuasi mágica la pragmática y aburrida realidad. La hace ingenuamente
misteriosa.
Y el
tabaco sabe mejor.
Y el
café.
Y no
hablemos del autocomplaciente dalequetepego a los genitales con la excusa de
combatir el insomnio, cosa que nos convierte en estrellas del porno.
Si es que soy un optimista inquebrantable
después de todo.
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