martes, 30 de junio de 2020

Ni Dios


Ojalá nunca se ocupen los bancos vacíos de humanos. Siempre así…
Ojalá las nubes me llevaran lejos, allá donde acarician obscenamente a las montañas.
Aunque ya estoy en el bosque… En mi cabello aún hay briznas de hierba y en las pestañas alguna pelusa de polen que no me molesta demasiado.
Soy un caprichoso.
Ocurre siempre, los horizontes te atraen sin ser necesario, porque no hay nada mejor allá que aquí. De hecho, si estuviera allá, quisiera volver aquí por la misma compulsiva razón.
Solo se trata de caminar, avanzar. Cuanto más avanzas, cuanto más cielo te cubre y más amenazador, más vida acumulas. Y más valor tienes entre las cosas que pueblan el planeta. Me acuerdo de un tiempo en el que no avanzaba y la muerte me mordía los tobillos, la hijaputa…
Tengo cicatrices vergonzosas que ocultar.
No sé si así se sentiría Moisés allá solo, esperando a recibir los mandamientos de dios; pero yo estoy tan bien, tan solo, tan desidioso y sin necesidad de nada; que si se me apareciera alguna divinidad, bien en forma de rayo, de anciano venerable o como puta de lujo de televisión o revista porno, diríale con displicencia: ¿No tienes nada mejor que hacer que venir a tocarme los cojones ahora? Guárdate tus mandatos, tu bondad y tus mamadas, coño. Vete de aquí con tu poder de mierda. Vete, vete, vete…
Sinceramente, si alguien tuviera que entregar unas tablas con mandamientos, debería ser yo; porque ahora mismo soy el mismísimo dios. No se las daría a nadie, las dejaría caer sobre los vacíos bancos para prevenir futuras plagas u ocupaciones indeseables cuando el sol brille en todo su asqueroso esplendor.
Ahora mismo, bajo el cielo salvaje que baña de gris los colores y mi piel, soy lo más parecido a alguien afortunado.
Feliz no sería correcto, la felicidad está solo en las risas bobas de los idiotas.

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