Y están nuestros estigmas, ocultos. Una sombra que hace grandes las pupilas nos delata, como animales acechando.
Y pensamos, secretamente, con una sonrisa ostentosa, que Cristo no las hubiera lucido tan tranquilo si hubiéramos clavado nosotros sus manos y pies.
Esa es la inquietud indefinida que sienten los felices cuando giran sus rostros a nosotros que no sonreímos con ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario