lunes, 3 de agosto de 2015

La magnitud del dolor


Siempre he sido demasiado pequeño, a pesar de que mis huesos asustaron a los médicos por lo grandes que eran, tras  observar los resultados del escáner óseo dijeron: "los hemos estudiado porque podría ser algo patológico; pero no, sus huesos están sanos, es genética".
Y pensé que no era aún suficientemente grande, porque dolían hasta los golpes de las puertas, era como tener una antena conectada a los huesos y todas las vibraciones del mundo se metían en el tuétano como un taladro.
El dolor tiene la facultad de hacernos pequeños, e inmunes a la alegría. Y pensé con meridiana sencillez que hay que ser más grandes para superar los rangos y umbrales del dolor.
Como si el dolor se dosificara para seres con más peso y volumen. Algo no anda bien en las proporciones del dolor y la tristeza. La naturaleza cometió un tremendo error.
Es mentira, no es sabia, solo ha tenido suerte en algunas ocasiones.
Por grandes que seamos, nos duele más de lo que a veces podemos soportar. Se nos constriñe el corazón hasta el punto de pensar si sobreviviremos a la tristeza.
El dolor, lo único bueno que tiene, es que nos hace valientes, que nos hace ver la muerte como un descanso.
Es entonces cuando exhibimos una sonrisa con los dientes manchados de sangre a quien amamos y le decimos: "No pasa nada, mi amor. Está bien".
El dolor nos hace también unos adorables mentirosos.
Seguimos siendo muy pequeños.
Piedad.

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