jueves, 7 de mayo de 2015

Lo transgénico y su banalidad


Voy al lavabo, cojo eso tan pesado con firmeza y con las patas abiertas como héroe orinando al crepúsculo.
Y tras toda esa tragedia clásica, tras esa demostración de poder y territorialidad, me pregunto sumido en una profunda introspección:
"¿Qué mierda le pasa ahora a mi pene? ¿Se me caerá a trozos? ¿Te quieres emancipar de mí, grandullón? ¿Te quieres desprender?"
Obvio describir mi tétrica palidez. Mi angustia.
Un pestazo en el lavabo...
Pero ni de pizca de dolor.
Y en apenas cuatro minutos, dos centésimas, recordé.
No se estaba pudriendo: había comido revuelto de espárragos con camarones, huevo, ajo, cocacola sin adulterantes, pan, longaniza, un poco de queso y paté caro.
Y chocolate.
Y dos naranjas más ácidas que la sonrisa de mi profesor al calificar mis exámenes, pero las como porque es sano.
Todo lo malo es sano.
El asunto es porqué los transgenetistas pierden el tiempo con tomates no sé qué y sandías sin semillas cuando los espárragos son tan tóxicos e intimidantes ¿eh? ¿Por qué siempre hay que ir a lo fácil y banal?
¿Eh?
Qué disgustos me dan estos sabios de mente dispersa y remolona.

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