
Las muertes en los antros y discotecas por asfixia y cremación son esas cosas que siempre me han provocado un temor ancestral (aunque tampoco es algo que me provoque pesadillas, quería ser literario). Siempre he sentido una pena infinita por los muertos que se quedan pegados unos a otros por los vapores cianúricos de los artificiales materiales que usan para el equipamiento de estos locales.
Claro que ellos no tienen la culpa de morir, no del todo.
¿Pero qué coño hacen cientos de adultos con síndrome agudo de adolescente de sexo inquieto y no consolado, apiñados unos contra otros? Es normal cogerse el vientre cuando se retuerce con un ruido espantoso. Más concretamente cuando dan ganas de cagar con esa fuerza centrífuga irritante que tensa los dedos de los pies y obliga a apretar las nalgas con fuerza. Eso ocurre cuando me imagino muerto con ellos. Bueno, no es que sea elitista, pero yo no me junto con cualquiera.
¡Ah esos borregos adocenados de fiebre dance!
Buen sexo.
Iconoclasta