Si la envidia fuera lepra, las tres cuartas partes de la población mundial andaría con las nalgas y el resto calzaría relojes de oro en sus muñones. Está bien, los hay que no son especialmente envidiosos; pero no tienen tiempo a desarrollar la enfermedad, antes los eliminan los leprosos.
La leyenda cuenta que al tal Jesucristo le ocurrió algo así.
Parábolas, siempre tan didácticas y ejemplarizantes...
Buen sexo.
Iconoclasta
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