sábado, 5 de diciembre de 2015

La plañidera de la tierna muerte


Caminar despacio es tener tiempo para ver la vida volar y arrastrarse, corretear, zumbar y desmembrarse en lluvias de hojas. Es ver la muerte cada día, en pequeños seres que apenas se dejan ver.
Con un escalofriante detalle de trillones de megapixels.
Seres que te das cuenta que existían por su cadáveres que inspiran una inusitada ternura. Pensaba de una forma instintiva, que la ternura y la inocencia están a salvo de morir.
No han hecho nada malo.
¿Por qué me parte el corazón la tierna muerte? La muerte tiene una delicadeza excepcional, debe amar mucho a quien se lleva en estas montañas.
Parece que están dormidos, que han muerto en un sueño sereno y feliz. Yo he visto la muerte en otros lugares y no es así. Es despiadada, es un golpe en la cabeza que te deja vivir el instante necesario para que sepas que es cuestión de segundos que se acabe todo pensamiento tuyo.
Pero aquí, entre las montañas, es como si se relajara, como si acariciara el lomo de los animales y les dijera: "Ven conmigo, pequeño, ya estás cansado. Ahora tienes que dormir".
Y sí, parecen dormiditos.
Quiero que haga eso conmigo cuando estoy cansado, cuando duele la vida, cuando hay esa tristeza por las pequeñas tragedias de todos los días.
Quiero que me diga: "¿Nos vamos ya? ¿Verdad que ya has tenido suficiente intensidad?" Y morir dulcemente también con un cigarrillo consumiéndose entre mis dedos.
Mientras llega el momento, no dejaré de pasear despacio asombrándome y emocionándome por trascendencias sutiles y peludas.
He aprendido a ver la vida y la muerte. A amarlas ambas, con admiración y ternura.
Tal vez yo sea el cortejo fúnebre con mi caminar lento y pesado, la plañidera de los seres muertos que son ignorados.
Es un oficio bonito, nunca pensé esa posibilidad.
La hermosa soledad con muerte se paga.
Es un precioso trato.

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