domingo, 3 de mayo de 2015

Destellos dementes


Necesito ser demente y escapar, no volver a la realidad. No seguir en el mundo tangible, aborrecible, despreciable. Erróneo.
Ya es tarde para la esquizofrenia. Es una enfermedad de jóvenes y yo soy milenario.
No es bueno besar las patas de las ratas, están sucias. No hay certificado de higiene.
¿Existe el destello de la brillantez? Yo no le visto.
No vale la pena recomponer lo roto, no hay tiempo. Mi pluma luce en el suelo aplastada.
Lo que un día atesoré, se rompe aunque lo cuide; lo rompen otros por envidia, por indolencia.
He rascado el codo porque me duele y hay un feto de araña. Hay arañas mamíferas que tejen telas de mierda en el suelo.
Que se joda la araña de mierda, no necesito un repugnante hermano que eche más mierda a mi piso.
Ocurre pocas veces; pero pasa: la hediondez no consigue arraigar. Aunque da dolor de cabeza evitarla. ¿Quién quiere una cabeza? ¿Era necesario que naciera con el cerebro prisionero entre huesos?
Es un dolor de cabeza irritante, porque no es locura. Es de encierro.
Las cabezas son pequeñas, no tienen espacio y tras el sueño te encuentras ahí dentro.
Otra vez.
¿Los que tienen una gran capacidad craneal son más libres? Yo quiero un cráneo grande aunque sea ridículo el tamaño de mi cerebro. No me importa que al morir lo pesen y se rían. Importa no estar oprimido.
¿Los ciegos se sienten oprimidos? Seguro que no, porque no se pueden imaginar el poco espacio que hay en el mundo.

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