lunes, 30 de marzo de 2015

Decadencia


La gente muere, y después las casas que los cobijaron. Decadentes como el pelaje triste de los animales que han perdido a su amo, a su amigo.
O las abandonan, hay casas mejores, donde no ha no muerto nadie, donde en las paredes no aparecen manchas de penas y añoranzas.
Con mejor aislamiento térmico, con mejores servicios. Más baratas de mantener.
Ya nadie se acuerda que esas viejas habitaciones y escaleras se construyeron con ilusión, habían sueños subiendo ruidosamente las escaleras, eran refugio de frío y calor, de viento y lluvia. Allí se amaron y sangraron.
Viejas paredes revestidas de mentiras y dolorosas verdades. El olor a leña y cocinas de carbón está metido entre las piedras de sus muros.
No se hicieron pensando que un día se derribarían, por eso se hacen viejas y decadentes.
Los edificios modernos son fáciles de derribar por normativa urbanita y con ellos, la miseria que contienen.
Viejas casas, ostentosos museos de la cotidianidad, de la vulgaridad... No habían gentes mejores entonces, como no las hay ahora. Solo sueños rotos, sueños de infancia que la edad hace imposible. Y ellas son el vergonzoso testimonio de los castillos de arena.
A veces la muerte alcanza a lo que nunca estuvo vivo; pero contuvo vida.

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