domingo, 15 de febrero de 2015

Una compra absurda

Esto aconteció un día que me decidí ir a comprar un foco a la ferretería, acababa de llegar a México. Pensé que hablando el mismo idioma, español, podría hacerme entender. Pudo ser peor, pude salir con una tapa de inodoro dadas las dificultades semánticas de tan solo dos palabras.
— ¡Hola, buenos días! Quiero un foco de cien vatios, por favor.
—Solo tengo focos de cien vatios, güero —díjome una ferretera desde el fondo de la tienda.
Me asusté, me asusté mucho porque no imaginaba tamaña complicación por una simple bombilla. También pensé que tenía una irritación cerebral o algún problema de dicción.
Repetí prestándome mucha atención y casi silabeando.
— ¿Tiene focos de cien vatios?
La ferretera apareció con la cabeza llena de pelos de cáñamo y arrastraba un trozo de cinta adhesiva de cinco metros que se le había pegado en las chanclas.
—Pues solo tengo de cien vatios —dijo un tanto irritada plantando un foco de cien vatios en el mostrador.
— ¡Ah... Ah...! No se preocupe, me irá bien ese mismo ­—dije sudando.
Mientras me daba el cambio imaginé que en algún lugar de aquella ferretería, había una mano de hombre con una navaja de afeitar cortando el ojo de una mujer frente a un espejo, pensé en el surrealismo, Dalí y Buñuel, en Un perro andaluz y en la falta de higiene de los canales auditivos.
Salí de aquel reloj derretido de Dalí con mucha prisa.
Llegué a casa intentando descifrar qué fallo en aquel diálogo en el que solo intervenían aquellas dos palabras: cien vatios. ¿Quién puede perderse en dos palabras? ¿Solo me pasa a mí y estoy abandonado en este planeta?
Decidí a partir de entonces comprar los focos en el súper y tener la boca bien cerrada.
Y ha ido bien.

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