miércoles, 4 de febrero de 2015

Morir

Es una buena hora para morir...
Hay silencio, nadie ve que te apagas, nadie grita, nadie se asusta...
No hay nervios, solo esa desidia de la fatiga que convierte a la muerte en un susurro que te dice: "Ya está bien, ya es hora. Estamos un poco cansados, amigo Iconoclasta. Vámonos de aquí".
Como si me quisiera, como si me cuidara.
La muerte tiene buenos detalles cuando te la encuentras en la noche, en la intimidad y el silencio de ti mismo. La ternura se agradece cuando lo amado descansa y te quedas un poco indefenso ante el mundo.
Ella duerme en algún lugar cuando yo hago mutis por el foro, sin alardes, con discreción.
Y con la exquisita ternura que he aprendido en el momento de morir, le digo al aire: "Te queda mucho, mi amor. Nos encontraremos pronto, sé feliz hasta el agotamiento. Estaré bien. Estarás bien... Adiós".
Es tan sencillo...
Era tan sencillo amar hasta la muerte. No había un drama, solo cariño y delicadeza.
Y una fatiga serena, casi como la sonrisa de un augusto dibujada en los labios cerrados.

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