jueves, 19 de febrero de 2015

Arquitectura de la escritura

Escribir no es una forma valiente de vivir, es una forma de evadirse de la mediocridad.
Es una narcosis ingeniosa, cautivante, intelectual o no, pero otra adicción más.
Y todo porque la vida es tan predecible, tan plana...
Es una vanidad de autor, es dar importancia a una vida en muchos caso sobrevalorada, la mía.
Escribir es dar al pensamiento las tres dimensiones ancladas en cimientos de pulpa de celulosa.
¿No es maravilloso? El papel cruje y aumenta de volumen cuando escribo en él. Es obsceno pasar las hojas, manosearlas sin leerlas para sentirme confortado. Mi cuaderno pleno, me basta saber que es mío, que es mi pensamiento ya táctil. No necesito leer tanta miseria que he escrito, y es que cuando me leo, me desconozco.
Es descorazonador no engañarse uno mismo.
Solo deseo pasar las crujientes hojas y sentir la fuerza con la que he grabado mi pensamiento. Si fuera ciego, no sería infeliz.
Con la arquitectura de la fantasía me basta, porque los interiores requieren un tiempo infinito para remodelarlos y nunca acaban de quedar los tabiques inmaculados.

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